Barrio Granada
una de las "Joyas" de Granada
Entraron
a la casona el Jair con la Lola abrazados y la otra pelada detrás, la Paloma ya
estaba tirada sobre unos cojines parlando con la Pichula, Jair trajo algo de
merca del corte al trance en Sevilla que puso sobre la mesa del salón, la luz
era escasa, las velas hacían de focos y todos parecían que veían muy bien. La
mesa del centro era un carretel vacío de esos que traen cable eléctrico y tiran
los contratistas de las Empresas Municipales en cualquier lugar después que
acaban, al estilo caleño. No había muebles en la casa de ellos, algunos instrumentos
musicales por ahí regados, una alfombra vieja y muchos cojines. Pichula y
Fercho sentados junto con esta pelada Yerita la de Corinto, dizque se había
volado de la casa, y los tres dormían en la misma cama que la mama del Fercho
le había regalado porque ya no la usaban desde que la Tía Rosa le trajo a los
cuchos de este man camas dobles desde Pasto, de esas con grabados antiguos. Desde
ese día no volvieron a dormir juntos sus papas, aunque continuaban una vida
normal, en mundos ordenados a la personalidad de cada cuarto, parece que se habían
ya mamado de esa onda de tener que aguantarse el uno los otros olores y
quejidos matrimoniales. Jota que estaba solo, de una se parcho con esa pelada
que venia con la Paloma, Thiego estaba en otro planeta que ni se sabía cual
era, escribía cosas ilegibles en un libro a toda velocidad. Había también un
resto de manes y peladas del combo de los Henao, la rumba continuaría aquella
madrugada y por tres días más...
Las tardes de Chipichape siempre son similares, el viento soplando a su
conveniencia acostumbrada, el sol machacando el piso, igual que como castigan
la baldosa en Juanchito a media noche, y de ese piso salía un brillo que
encandelillaba los ojos de Clemente, “ya voy mama, no asare que es que esta
camioneta es muy alta”. Clementico era el hijo desconocido de Jair, el man ese
que hacia trances de polvo. Lo habían encontrado muerto en el umbral de una
finca equina de Tulúa con otros manes y una hembra, decían que por atravesado.
La Lola no le había sacado nada de billete más que del que se le rumbeaba, pero
como se parchaba en la mansión que este man tenia en los Cristales, la misma
que el F2 agujereo por todo el frente en tremendo tiroteo con los capos del
Cartel de Cali. Entonces ella prendió motores en la pensadera el día de la
batida, y le dijo a los tombos que era la mujer del finado del que tenía un
hijo, que para entonces tendría meses de nacido, heredero de la mansión, y con
ese cuento, a la larga verdad, la Fiscalía le dejo la casa a nombre de su hijo,
lo mismo que la narco-Toyota y una cuenta bancaria como con 10 millones nomás,
lo demás se le expropiaron al Jair. Pero los verdes los había dejado en
efectivo y encaletados en la casa y de
eso vivían Lola y Clemente.
Lola no hacía nada ya, solo vitriniaba en Granada y los Centros
Comerciales, con amigas aburridas que conoció después de cambiar de fachada y
volverse señora todo bien, le quedaban pocas amigas de esas época de la rumba,
la nota era que la mayoría estaban muertas; como a la Paloma que la mato un man,
dicen, dizque después de una orgía donde se la comió todo mundo, y que la quemo
que porque ella le trató de tumbar un anillo, o algo así, decían, y que la
Pichula muerta en una sobredosis sospechosa, sin hablar de las otras como la
Sucia, la del man ese que le decían el Loco…
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